miércoles, 7 de mayo de 2008

SIN ESTAR SUJETO A NADA, La vida sola fluye


No te detengas, ni te aferres, disfruta tu andar que nada vuelve a ser igual. (Abel Desestress)
"pero aquellos que tienen una visión limitada
son miedosos e indecisos:
cuanto más se apresuran, más lentos van,
y el apego no tiene límites"

No importa dónde te agarres: el agarrarse en sí mismo es el problema, lo importante no es a lo que te agarras.
Por eso Sosan dice: el apego no tiene límites; no se limita sólo a este mundo, a este cuerpo, a los sentidos, a los placeres. También puedes apegarte a las tradiciones, puedes apegarte a Dios. Puedes agarrarte al amor, puedes agarrarte a la meditación, puedes agarrarte a la oración. Y, al agarrarte, te vuelves a estancar.
No te agarres a nada, permanece libre y móvil. Cuanto más móvil, más cerca estás de ti mismo. Y cuando tu movilidad es completa, cuando no te estancas en ningún lugar de tu energía, la verdad llama a tu puerta. Siempre ha estado llamando, pero estabas estancado y no podías oírlo. Está justo delante de ti, en la punta de tu nariz.

...estar apegado, aunque sea a la idea de la verdad,
es desviarse.

Esto se convierte en un problema. Si te aferras demasiado a la idea de que «tengo que encontrar mi camino”, esto mismo se convertirá en tu problema. La verdad nunca se alcanza, ocurre. No es algo que se alcance. Y la mente que busca conseguirla nunca la encuentra.
Puede que estés tratando de conseguir poder en este mundo, y luego trates de conseguir poder en el otro. Primero quieres conseguir riqueza en este mundo, y después tratas de conseguir riqueza en el otro. Pero tú sigues siendo el mismo, y la mente, tu forma de funcionar y todo el esquema siguen siendo lo mismo: ¡Conseguir! ¡Alcanzar! Esa es la obsesión del ego. La mente que quiere conseguir es el ego.
Y el que lo consigue es aquel que no está tratando de conseguirlo, aquel que simplemente está feliz donde está, aquel que es feliz siendo lo que es. El que no tiene meta. El que no va a ningún lugar; el que se mueve, pero cuyo movimiento no es para alcanzar ninguna meta. Se mueve por su energía, no por algo en concreto; su movimiento no es a causa de ningún motivo.
Por supuesto que alcanza la meta; eso es otra cuestión. Un río fluye desde los Himalayas: no va hacia el mar, no conoce el mar, no sabe dónde está, no le importa el mar. La alegría de moverse por los Himalayas es tan hermosa en sí misma..., pasando por los valles, por sus picos, a través de los árboles, y luego llegando a los llanos, a su gente... ¡El propio movimiento es hermoso en sí mismo! Y el movimiento es hermoso cada momento, porque es vida.
El río ni siquiera es consciente de que haya una meta, de que haya un mar. Esa no es la cuestión. Y si el río se preocupa por esto, entonces estará en el mismo lío que tú. Entonces se parará en todos los sitios y preguntará por dónde ir: ¿cuál es el camino a seguir? Y tendrá miedo porque no sabrá si dirigirse al norte, o al sur, o al este, o al oeste; ¿hacia dónde ir?
Y recuerda, el océano está en todos los sitios. No importa que te dirijas al norte o al este o al oeste: el océano está en todos los sitios, por todas partes. Está siempre delante de ti; no importa a donde vayas.
No preguntes por el camino, pregunta cómo moverte mejor. No preguntes por la meta, la meta no está fija en ningún sitio. Donde sea que vayas, ve danzando. Alcanzarás el océano; eso es seguro. Le sucede a los ríos pequeños, a los grandes: todos lo alcanzan. El arroyo es muy pequeño (no te puedes imaginar cómo ese pequeño arroyo alcanzará el océano, pero lo alcanza).
No es cuestión de grande o pequeño. La existencia es infinitamente generosa con todo el mundo; el tamaño no tiene importancia. Los árboles pequeños florecen, los árboles grandes florecen. ¡La cuestión es florecer! Y cuando un árbol pequeño florece, no es menos feliz que cuando lo hace uno grande; la felicidad es exactamente la misma. La felicidad no es cuestión de tamaño, no es cuestión de cantidad. Es la cualidad de tu ser. El río pequeño danza y llega, el río grande danza y llega.
Todos somos como ríos, todos alcanzámos el océano. Pero no lo conviertas en una meta; si no, cuanto más deprisa vayás, más lentos te moveras.
Y cuanto más quieras llegar, más estancado estarás, porque tendrás más miedo. El miedo a no llegar te agarrotará, el miedo a no llegar te paralizará, el miedo a equivocarte te mutilará. Si no hay meta, no hay miedo.
Recuerda, el miedo está relacionado con la meta. Si no vas a ningún sitio, ¿dónde está el miedo? No puedes perder nada, no puedes fracasar, así que, ¿de qué tener miedo? Miedo significa:
posibilidad de fracasar. ¿De dónde procede esta posibilidad de fracasar? Procede de estar orientado hacia una meta; tú siempre estás buscando la meta.
Y no ha ocurrido nada. No va a ocurrir nada, porque estás esperándolo. Ni siquiera puedes esperar que ocurra, porque hasta el esperar se convierte en un esfuerzo interno. Tú simplemente miras...
¡Te relajas! Cuando ya no estás ahí, ocurre. Y nunca va a ocurrirte a ti; ocurrirá sólo cuando el barco esté vacío, cuando la casa esté vacía. Cuando bailas pero no hay un bailarín, cuando observas pero no hay un observador, cuando amas y no hay un amante, ¡ocurre! Cuando caminas y no hay un caminante adentro, ocurre.
No esperes, no hagas ningún esfuerzo, no crees ninguna meta, o hasta el futuro se convertirá en una prisión. En Oriente le ha pasado a muchísima gente. Millones de personas se hacen budistas, sannyasins hindúes, se van a los monasterios, y allí se quedan atascados. Osho

domingo, 4 de mayo de 2008

Aquí y ahora. Levantate y anda. Exquisita conciencia en pocos. (Abel Desestress)


Aquí y ahora no son dos palabras, al igual que el espacio y el tiempo no son dos palabras. Einstein acuñó un nuevo término: «espacio-tiempo». Formó una palabra con las dos, «espacio tiempo», porque descubrió científicamente que el tiempo no es otra cosa que la cuarta dimensión del espacio, así que no es necesario usar dos palabras.
Y aquí y ahora tampoco son dos palabras. Miles de años antes que Einstein, místicos como Sosan fueron conscientes de ello. Es «aquí-ahora». Hay que unir estas dos palabras, son una, porque el ahora no es más que una dimensión del aquí; la cuarta dimensión. «Aquí-ahora» es una palabra.
Y cuando ocurra, ocurrirá en el «aquí-ahora». Puede ocurrir ahora, ¡no hay necesidad de esperar! Pero no te decides, tienes miedo; eso crea el problema.
¿Qué significa tener miedo? ¿Qué ocurre dentro cuando tienes miedo? Quieres algo, y al mismo tiempo no lo quieres. Esta es la situación de una mente temerosa: quiere y no quiere porque tiene miedo. Le gustaría pero no está segura, no se decide.
Jesús siempre usaba la palabra «miedo», muchas veces, en contraposición a fe. Nunca usaba «incredulidad» o «desconfianza» en contraposición a fe; siempre usaba la palabra «miedo» en oposición a fe. Decía que aquellos que no tienen miedo, tienen fe, porque la fe es una resolución. La fe es una decisión, una decisión total. Vives totalmente en ella, es una confianza, sin nada que te retenga, es incondicional. No se puede volver atrás. Si has entrado totalmente en ella, ¿quién se echará atrás?
La fe es absoluta. Si entras, entras. No puedes salirte; ¿quién va a salirse? No hay nadie detrás de ti que te pueda hacer volver. Es un salto al abismo, y Jesús está absolutamente en lo cierto al hacer del miedo el antónimo de la fe. Nadie había hecho esto antes. Pero está absolutamente en lo cierto, porque no le interesa el lenguaje externo, lo que le interesa es el lenguaje del ser interior.
Lo que no te permite tener fe es el miedo. No la incredulidad, recuerda, lo que te impide tener fe no es no creer, es el miedo.
Por supuesto que racionalizas tu incredulidad, tu miedo. Lo escondes tras palabras, dices: «Tengo mi escepticismo, mis dudas. ¿Cómo voy a entrar en ello a no ser que esté totalmente convencido?». Pero mira profundamente en tu interior y encontrarás miedo.
El miedo significa que una mitad de ti quiere adentrarse y la otra mitad no quiere. Una mitad de ti se siente atraída por lo desconocido, ha escuchado la llamada, la invocación; y la otra mitad tiene miedo a lo desconocido y se aferra a lo conocido. Porque lo conocido es lo conocido, no implica miedo.
Haces algo, y ese algo se vuelve conocido. Ahora, si quieres cambiar a un nuevo trabajo, a una nueva forma de vida, nuevos hábitos, nuevo estilo, la mitad de ti se aferra a lo conocido, dice: ¡No te muevas! ¿Quién sabe?, puede que sea aún peor que esto.
Y una vez que hayas dado el paso no podrás volver». Así que una mitad dice: «¡Quédate aquí!».
Esta mitad pertenece a la memoria, al pasado, porque el pasado es conocido. Y la otra mitad se siente atraída, siente la llamada a entrar en un camino desconocido, a través de lo inexplorado; porque lo nuevo te emociona.
Ahí está el miedo. Estás dividido. El miedo te divide, y si estás dividido hay indecisión. Con un pie vas hacia lo desconocido, y el otro permanece en el pasado, en la tumba del pasado. Y entonces te paralizas, porque nadie puede moverse con un solo pie, con una sola pierna; nadie. Tienes que mover tus dos alas, ambas partes. Sólo así te puedes mover.
Cuando estás indeciso, estás estancado; y todo el mundo está indeciso. Este es el problema, esta es la ansiedad. Estás paralizado, sin poderte mover. La vida sigue fluyendo, y tú te has vuelto como una piedra, bloqueado, un prisionero del pasado. Osho